Friday 4 August 2017

Ser poeta



Siendo sólo un muchacho, partí a tierras lejanas en un intento de búsqueda artística, para conocer la vida de las vanguardias, los cafés, el existencialismo y los museos del centro de Europa. Es demasiado tarde para juzgar ahora, volviendo la mirada al pasado, si tomé la decisión correcta. Es fácil opinar sobre hechos ya ocurridos cuando se ven en perspectiva, lo que me lleva a pensar que esa objetividad de la que se dispone en dicho momento carece, de hecho, de realismo. Como más tarde descubriría, la vida no es un mapa que uno va trazando lenta pero conscientemente, una ruta que uno mismo puede marcar; es más bien un viaje en barco: irregular, lleno de tormentas, mareas y terremotos que uno debe sobrepasar y que, en la búsqueda de la felicidad dentro de esta dinámica incierta, uno va ajustando las velas cada momento, redirigiendo así su brújula interior.

En cualquier caso, fuese o no fuese una buena decisión la que tomé, algo sí es innegable: fue una época que me cambió profundamente. No hablo de esas filosofías trilladas de libro de autoayuda barato. Tampoco estoy hablando de un viaje necesariamente místico. Me refiero a que, durante mis años en el extranjero, pude conocer tantos nuevos lugares, nuevas costumbres, personas de nacionalidades y lenguas tan dispares y verme en situaciones tan desconocidas para mí hasta la fecha que, queriendo o en contra de mi voluntad, fueron calando en mí poco a poco, abriendo mi mente a nuevas creencias que jamás pensé posibles. Puede que ni siquiera fuera consciente de ello, pero mi interpretación del mundo se fue remodelando día tras día en el interior de mi mente.

Sin embargo, algo sucedió durante aquellos años de lo que jamás me arrepentiré. Esos años fueron los que me vieron nacer como escritor. Siempre había llevado la pasión por la escritura dentro de mí, pero durante mi estancia en esos nuevos paisajes en los que dejar divagar mi imaginación y mi encuentro con esas otras almas perdidas con las que entablé amistad me di cuenta de que no estaba solo. Ser escritor no es una enfermedad. Puede que uno tenga una mente un poco más atormentada de lo común, pero nada tan raro que no pueda curar una tarde de charla literaria con unos buenos amigos en un café de Bruselas. Entre ellos me sentía acogido. Los conocía bien poco y, aun con todo, sentía como si estrechos lazos nos hubieran unido desde siempre; como si conocerlos no hubiera sido un primer acercamiento sino un deseadísimo reencuentro después de largos años de terrible separación. 


N.b.: Esto ha sido tan sólo una pequeña muestra de una de las novelas en las que estoy trabajando, titulada Diario de un Joven Poeta. Si os ha gustado, agradeceré vuestros comentarios. 


Copyright: Original work by Sophie-Marie Galliard. Note that I, the author, do not own the image displayed above.