Thursday 26 April 2018

Por los cafés de París

Café "La Closerie des Lilas", en París, punto de encuentro de escritores.


Rondábamos los veinticinco años y nuestros planes no habían acabado prosperando como nos imaginábamos cuando decidimos dejar nuestros hogares por un futuro en la gran urbe. Cansados de la rutina diaria, de trabajar precariamente y no poder ganarnos la vida con nuestro arte, nos encontrábamos todos los martes por la noche en La Closerie des Lilas para poder despertar, aunque fuera por tan sólo una hora, de la letárgica nebulosa en que se habían convertido nuestras vidas.

El olor a canela embriagaba mis sentidos y me adormecía lentamente sobre la hoja de papel que sostenía entre las yemas de mis dedos. Por todo el local resonaba el eco de los pensamientos en voz alta de la gente que lo llenaba, que desprendían furor y excitación. Aquél era un café al que se iba a meditar, a filosofar, a escribir, a crear. Era un punto de encuentro de viajeros intrépidos en busca de las claves del pensamiento futuro. No sabría decir si lo que buscábamos eran respuestas o, por el contrario, estábamos hambrientos de más preguntas, de situaciones que trastornaran nuestras creencias y nos hicieran ver el mundo desde una nueva perspectiva. Lo que sí puedo decir es que éramos jóvenes y que esos encuentros eran lo que nos permitía sentir que no estábamos solos en nuestra exploración estética, que no éramos delirantes amantes del arte perdidos en medio de un camino inescrutable. De vez en cuando nos sentíamos aislados de la sociedad, unos inadaptados patológicos, pero la lectura de un solo poema en nuestro café prendía la llama necesaria para seguir creyendo en el valor de nuestra causa intelectual.

Levanté la mirada del libro e intenté, con dificultad, volver a la realidad. El reloj indicaba que sólo faltaban cinco minutos para la medianoche. Hugo, Jean-Jacques y Henri no tardarían en llegar. Yo trabajaba hasta altas horas de la noche y raramente podía acompañarlos en sus paseos nocturnos, que eran una curiosa combinación de conversaciones a la luz de un cigarrillo y un intento – a veces efectivo – de conocer a nuevas bellezas que llamaran la atención de sus caprichosos ojos. Henri, que pintaba figuras femeninas, a menudo encontraba alguna nueva conquista que llevar al café y endulzar así la cruda seriedad de nuestros monólogos.

Una vez más me había dejado llevar por mis reminiscencias, que nunca abandonaban mi concurrida mente. Oí unas risas y supe que habían llegado Jean-Jacques y Henri con su última conocida, Louise. Se acercaron a mí y se sentaron en la mesa que les había estado guardando.

–¿Dónde está Hugo? –pregunté.

La cara de Jean-Jacques se torció inmediatamente. Una sombra enturbiaba sus facciones.

–Se ha quedado en vuestro piso, entretenido con una carta. Dijo que estaba atareado organizando vuestra correspondencia.

Hugo era mi compañero de piso desde hacía un par de años, además de un metódico compulsivo.



A raíz de la negativa que representaba aquella carta a mi nombre dejé de escribir. Tal vez no se trató de un firme punto y final, pero nunca más me dispuse a escribir con la misma ilusión e inocencia de antes. Recuerdo que al día siguiente, después de leer la carta del editor una vez tras otra durante horas, entre sollozos, nervios y desesperación, lancé al fuego mi manuscrito.

Así pues, pasado el incidente me encontré sumergido en mi primera etapa de sequía literaria. Aun con todo, seguía frecuentando La Closerie des Lilas para estar con mis amigos y mantener conversaciones que dieran sentido a mis días. Ellos comentaban, entre risas, cómo un genio como Rimbaud había dejado de escribir algunos años antes de llegar a mi edad y cómo, no obstante, su obra sería inmaculadamente eterna. Sé que ellos intentaban consolarme, pero yo no era ningún Rimbaud, y los meses pasaban sin que tuviera la tentación de sostener de nuevo mi pluma.

Cojo mi copia de las Obras Completas de Arthur Rimbaud y la abro por la última página. Es aquí donde ha permanecido, durante todos estos años, la carta del editor. La sostengo entre mis dedos pero, temblorosos, dejan que caiga al suelo. Ahora soy ya viejo y, desde el sofá de mi casa en Burdeos, con mis pesados brazos y mis manos imprecisas, no puedo evitar anhelar el pasado que podría haber tenido de no haber sido por mi poca estima, confianza y perseverancia en mi juventud. Vuelvo la vista hacia el libro que descansa sobre mis piernas y una frase breve escrita en la diminuta letra de Hugo llama mi atención: “Nunca nos cansaremos de nuestros paseos por la orilla del Sena y de las noches delirando en la Closerie. Amigo Rimbaud, el futuro se despliega infinitamente ante nosotros.”


Sophie-Marie Galliard
Traducido por la autora de la versión original 
en catalán,"Pels cafès de París"


FUENTE DE LA IMAGEN: FLICKR BIBLIOTECA DE ARTE FUNDAÇÃO CALOUSTE GULBENKIAN.
COPYRIGHT DEL TEXTO: TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS A LA AUTORA DE ESTE RELATO, BAJO EL PSEUDÓNIMO DE SOPHIE-MARIE GALLIARD.